Visitar a Pablo Scorza y Anabel Rodríguez en su casa, en Cornudella, es un placer en todos los sentidos. Su carácter, naturalidad y hospitalidad transmiten calma y paz, algo escaso en nuestros días, donde todo pasa rápido y donde siempre nos falta tiempo para nosotros mismos.
Pablo Scorza nació en São Paulo (Brasil) en 1978. Ya desde muy joven, la fisioterapia fue algo vocacional. Scorza lleva 20 años de dedicación profesional y durante los últimos 15 se ha especializado en el mundo de la escalada. Actualmente es conocido en todo el planeta.
Cada año visitan su consulta centenares de escaladores. Algunos populares, la mayoría anónimos. Hazel Findlay, Nico Favresse, Colin Haley o James Pearson, por citar solo algunos, han pasado por sus manos.
Pablo también trabaja habitualmente con Edu Marín, Dani Andrada o Patxi Usobiaga. Tres escaladores que han confiado en él desde el primer día y a quien ayuda a rendir mejor en roca.
Hablamos con este maestro de la terapia manual y la salud postural para que nos explique su trayectoria profesional y vital.
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«Me hice una promesa a mi mismo: desarrollar mi propia manera de trabajar»
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¿De dónde viene el Pablo Scorza que hoy conocemos?
Hasta que no tuve que entrar en la universidad no me había planteado qué hacer con mi vida profesional. Decidí hacer un test vocacional, así le llamaban. Entre los resultados destacaban la Medicina y la Fisioterapia.
¿Qué decidiste?
Empecé a buscar información sobre la fisioterapia. Me llamó la atención el tema de la salud postural, prevenir lesiones, conciencia corporal, etc. Cuando tenía 12 años tuve problemas posturales. Mi madre me llevó a la consulta de una chica que había estudiado en Francia RPG (reeducación postural global).
Recuerdo que con el tratamiento fue la primera vez que aprendí a mirar a mi cuerpo. Además, me gustaba el estilo de vida que llevaba esa chica. Era un persona sencilla, ayudaba a la gente. Pensé que ese era mi camino, estudiar Fisioterapia.
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«Mi vida era la universidad. No salía de allí»
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¿Cómo fue tu paso por la universidad?
Empecé los estudios en 1995, en São Paulo. El plan de estudios que hice es diferente del actual. Fueron cinco años de carrera y tenía clases mañana y tarde. Nuestro tutor decía que así hacíamos vida universitaria. Él tenía una visión muy humana de la fisioterapia. Él decía que para ser un buen fisioterapeuta hay que estudiar libros de la vida. Fue mi primer gran maestro, una especie de padre incluso.
Mi vida era la universidad. No salía de allí. Era un alumno aplicado y empecé a colaborar con los profesores. Eso me dio la oportunidad de conocer muchas técnicas y descubrí lo que más me gustaba: la terapia manual y la salud postural.
¿Y te especializaste en eso?
Aprendí muchas técnicas pero me hice una promesa a mi mismo: desarrollar mi propia manera de trabajar. Coger todo lo que me interesaba de cada campo y aplicarlo a mi manera. Mis amigos decían que estaba loco, pero yo lo tenía claro. Quería encontrar algo que me llenara. Era la primera vez en la vida que encontraba algo que se me daba bien. La escalada, por ejemplo, es mi pasión, pero no se me da bien. Tardé mucho en aprender a escalar.
¿Qué vino antes? ¿La fisioterapia o la escalada?
Primero fue la fisioterapia. En la universidad, me sabía toda la teoría a la perfección. Pero algo fallaba. Miraba un cuerpo y no sentía el movimiento. Necesitaba encontrar algo práctico que me hiciera entender todo lo que tenía en mi cabeza.
Trabajé con futbolistas, surfistas y gimnastas, pero no encontraba lo que buscaba. Todo eran movimientos muy repetitivos. Entonces apareció la escalada en mi vida.
¿Cómo la descubriste?
Un amigo que también es fisioterapeuta había estado en un bar que tenía un muro de escalada. Me dijo que me encantaría, que la variedad de movimientos era muy amplia. Desde ese día pasaron seis meses hasta que encontré un rocódromo en São Paulo, 90 Graus. Aún está abierto.
El dueño de 90 Graus, Paulo Gil, fue mi segundo gran maestro. Él no sabía nada de fisioterapia pero hablaba mucho del movimiento, la respiración, la conciencia corporal. Nos entendimos desde el primer momento. El rocódromo había abierto en 1994 y yo llegué allí en 1997.
Entonces no habías acabado tus estudios todavía.
No, me quedaban unos dos años y medio. Al licenciarme no me motivaba el trabajo típico de un fisioterapeuta en Brasil. Se trabaja mucho en los hospitales y esa salida no me atraía.
¿Y cuál fue tu salida profesional?
Paulo Gil me vió triste un día en el rocódromo. Yo no sabía qué hacer con mi vida profesional y él me hizo una propuesta. Me ofreció una sala en el rocódromo para que pudiera empezar mis tratamientos con escaladores.
¿Así nació Biomecánica Funcional?
Sí, fue la semilla de todo lo que vendría después. Me invitaron a participar en un congreso donde tenía que explicar cómo desarrollaba mi trabajo. Necesitaba un nombre para mi técnica. Así surgió Biomecánica Funcional. Esa primera conferencia fue un éxito y empecé a dar charlas por todo Brasil.
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«Llegué a tener cinco centros de Biomecánica Funcional y más de 30 profesionales trabajando para mí»
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O sea que antes de llegar a España tenías ya una buena carrera desarrollada en Brasil.
Sí. En Brasil dedicaba parte de mi tiempo a las conferencias y otra parte a los tratamientos. Escribí un libro y patenté el método. Llegué a tener cinco centros de Biomecánica Funcional y más de 30 profesionales trabajando para mí. Económicamente estaba muy bien.
¿Entonces, qué te empujó a dejar la estabilidad que tenías en Brasil?
En 2007 invitaron a Dani Andrada a un festival boulder que se celebraba en Brasil. Cuando llegó a São Paolo le dijeron que tenía que conocer Casa de Pedra. En esa época yo trabajaba allí realizando mis tratamientos.
Dani se fijó en el trabajo que estaba haciendo con un escalador y se acercó a preguntarme. No había visto nunca nada así. Yo no sabía quién era. Entonces sólo nos llegaba información de escalada de Estados Unidos.
Me pidió hora para una sesión a su vuelta del festival. Conectamos rápido. Tenía una semana libre en Brasil y nos fuimos juntos a otra zona de boulder. Durante esos días lo fui tratando y le expliqué mi método. Dani estaba muy sorprendido y me dijo que tenía que ir a España, que allí tenía mucho potencial. Y así fue. Ese mismo año, de septiembre a noviembre viajé a España.
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«Cuando llegué a Rodellar el flechazo fue inmediato»
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¿Cómo fue esa experiencia?
Pasé los dos meses con Dani. Viajamos a Avilés, donde se disputaba el Campeonato del Mundo de Dificultad y Boulder ese año. También estuve en Rodellar, donde Dani estaba probando un gran proyecto, que finalmente encadenó, en la cueva de Alí Babá. Cada día trabajábamos juntos.
Cuando llegué a Rodellar el flechazo fue inmediato. Al ver la Gran Bóveda empecé a llorar como un niño, me recorría una especie de electricidad por todo el cuerpo. Sentí una conexión muy especial con el lugar.
Estábamos alojado en el camping Mascún. Traté también a los dueños del camping y quedaron encantados con lo que hacía. Ellos también me pidieron que me quedara allí. Para mí era una decisión difícil. En Brasil tenía todo lo que necesitaba.
Pero volviste a Rodellar…
Sí. El verano de 2008 volvía a estar allí. Me lo tomé como unas vacaciones. La experiencia fue increíble. Ese verano cambió mi vida. Me di cuenta que no podía seguir encerrado en un rocódromo en São Paolo, en una ciudad con 20 millones de habitantes. En Rodellar había conocido a los mejores escaladores del mundo y podía aprender mucho más. Así que lo dejé todo y empecé una vida desde cero en España.
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«Estoy en un momento profesional que jamás habría imaginado»
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¿Valió la pena esa decisión?
Mi familia no lo entendía, pero yo tenía claro que si quería evolucionar ese cambio era necesario. Hoy, nueve años después, estoy en un momento profesional que jamás habría imaginado.
¿Cómo ha evolucionado tu carrera desde que te viniste a vivir a España?
Al trabajar prácticamente solo con escaladores empecé a ver muchos casos de dolor crónico y actualmente estoy especializado en eso.
¿Y la prevención?
Bien, a raíz de trabajar con casos de dolor crónico y terapia manual he podido desarrollar y evolucionar mucho en los conceptos preventivos. He retomado ese camino y ahora estoy dando cursos de prevención para que la gente aprenda a cuidar de sí misma.
Has acercado mucho la fisioterapia a la escalada, tanto a nivel personal como profesional. Parece que ya son una sola cosa para ti…
Actualmente soy escalador y fisioterapeuta a partes iguales, aunque no le dedico todo mi tiempo a la escalada. Hace unos años, durante seis meses solo me dediqué a escalar, pero me aburría. No soy un escalador nato como Dani Andrada o Edu Marín.
Creo que escalando entiendo más mi trabajo y también entiendo más a los escaladores.
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«En dos meses con Dani Andrada hice dos 7c en Santa Linya»
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Convives con la escalada y los escaladores de élite a diario. ¿Nos puedes explicar alguna anécdota curiosa?
Claro. Cuando empecé a trabajar con Dani Andrada él me dijo que haría todo lo que le pedía, pero que yo también tenía que hacer lo mismo con lo que él me dijera.
Él bromeaba y me decía que era un chico de ciudad, debía sacar mi lado más salvaje. Hicimos un trato. Tenía que salir a correr todas las mañanas o no desayunaba, y si no hacía 100 tracciones cada día no cenaba. No tenía mucha lógica pero lo hice. También me hizo ver todas las películas de Rocky Balboa.
En Brasil solo había hecho una vía de 7a. En dos meses con Dani hice dos 7c en Santa Linya. Empecé a sentirme escalador.
¿Fue tu época más fanática?
Sí. Esa evolución me llevó a encadenar 8a al cabo de dos años. Pasé por esa etapa de fanatismo en la que solo quieres encadenar, te preocupan los números. Así conocí el lado bueno y el lado malo… Mi cuerpo sufría sobrecargas y empecé a valorar mucho el trabajo de estiramientos, antagónicos, prevención, etc.
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«Actualmente tengo un nivel de energía y motivación que nunca había experimentado»
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¿Y la alimentación? No todos los escaladores la cuidan como deberían.
Mi concepto sobre la alimentación cambió cuando conocí a la que hoy es mi compañera, Anabel. Con el ritmo de vida que llevaba yo, pasando mucho tiempo en los sectores, viviendo en un camping durante largos periodos, mi alimentación no era la más adecuada. Mi cuerpo siempre estaba cansado. Escalaba un día y tenía que reposar dos o tres.
Con Anabel empezamos a trabajar el aspecto de la alimentación. El cambio en los hábitos ha sido clave en mi vida. Actualmente tengo un nivel de energía y motivación que nunca había experimentado. Me siento mejor con 40 años que cuando tenía 20. Anabel forma parte de mi equipo, su trabajo es indispensable.
Es importante haber vivido en algún momento la vida intensa como escalador para sentir qué es lo mejor para cada uno.
¿Cómo cambiarías eso malos hábitos alimenticios?
El ser humano solo aprende con el dolor, con el sufrimiento. El intelecto te engaña, juega contigo. Los escaladores que cambian sus hábitos alimenticios normalmente llevan muchos años escalando y quieren seguir haciéndolo. Cambia quien siente la necesidad, no quien entiende el concepto. Muchos escaladores tendrán que pasar por problemas con la alimentación para cambiar.
¿Pasa lo mismo con la prevención de lesiones?
Exactamente igual. Yo casi no trato escaladores jóvenes sino escaladores que se han lesionado muchas veces. Necesitan prevenir el dolor para seguir escalando toda la vida.
Uniendo estos dos campos, la alimentación y la prevención de lesiones, ¿qué le recomendarías a un escalador antes, durante y después, en un día de escalada?
Cada escalador es diferente. Hay gente que necesita estirar, otros no. Normalmente tenemos que hacer lo que no se nos da bien. Un escalador con poca flexibilidad, por ejemplo, por mucho que estire, no ganará mucha flexibilidad, su cuerpo es así. Pero debe hacerlo para preparar su cuerpo antes de escalar. Son estiramientos preparatorios, activaciones metabólicas, no para ganar flexibilidad
En el caso contrario, quien es flexible por naturaleza antes de escalar necesita coger tono, un poco de core. Realizar ejercicios de equilibrio, por ejemplo. Igual que en el caso anterior, quien es muy flexible nunca tendrá mucha tensión corporal.
Después de escalar básicamente hay que trabajar antagonistas. En función del tipo de escalada que hayas practicado serán unos ejercicios u otros. También va bien realizar actividades descompresivas. Cuando se escala de lucha contra la gravedad, por lo que al acabar nos irá bien tumbarnos en el suelo o sobre un balón, relajados.
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«Hay que encontrar un camino entre lo que nos va bien y sentir las ganas de hacerlo»
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Respecto a la alimentación pasa lo mismo. Todos tenemos un metabolismo diferente. Hay quien todo lo que come lo transforma en buena energía, pero otros no. Debemos valorar cada caso en particular.
En general, por la mañana es bueno comer algo completo y de fácil digestión. Yo no recomiendo el gluten ni derivados de la vaca.
Durante la escalada es básica la hidratación y debemos evitar consumir alimentos pesados. Van bien los frutos secos, los dátiles, algo de fruta, por ejemplo.
Al volver a casa es importante reponer las proteínas e hidratos sanos.
Para poder hacer todo esto, hay que encontrar un camino entre lo que nos va bien y sentir las ganas de hacerlo. Estas rutinas saludables deben salir de nuestra esencia, porque creemos en ello, porque los sentimos. Hay que disfrutar del proceso.
Cambiando de tema, eres muy activo en las redes sociales. ¿Qué te aportan? ¿Te han ayudado a darte a conocer?
Creo que mi trabajo se conoce por el boca a boca. Las redes sociales son un medio para exteriorizar todo lo que tengo guardado dentro. Es un ejercicio de liberación personal. Si así llego a la gente perfecto y puedo motivar e inspirar perfecto, pero no es mi objetivo.
A través de tus perfiles en las redes, precisamente, te vemos trabajar con los mejores escaladores del mundo. ¿Crees que esto puede frenar a otros escaladores a la hora de contactar contigo para tratarse?
Es algo que se puede girar en mi contra, sí. Más de una vez me han dicho: «cuando haga octavo grado ya te llamaré». Personalmente, me encanta trabajar con principiantes. Tienen todo un camino por delante, les puedo enseñar muchas cosas.
¿Qué les puedo enseñar a Patxi Usobiaga, Edu Marín o Dani Andrada? Nada. Saben más que yo. Soy yo quien aprende de ellos.
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«Mi trabajo no es ayudarles a encadenar su vía más dura sino ayudarles a realizar sus sueños sin que se lesionen»
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¿Cómo es tu relación con ellos?
Con Edu, Patxi y Dani tengo una relación de amistad además de profesional. Son escaladores que han sufrido muchas lesiones y son conscientes de que para estar al máximo nivel tienen que cuidarse.
Mi trabajo no es ayudarles a encadenar su vía más dura sino ayudarles a realizar sus sueños sin que se lesionen.
Un par de preguntas para acabar… A veces me da la sensación que los escaladores extranjeros valoran más la península como destino de escalada que los que vivimos aquí. En tu caso, ¿crees que te valoran más fuera de nuestras fronteras?
Creo que sí. Hay gente que viaja expresamente desde el extranjero a Cornudella para tratarse conmigo. En cambio, escaladores de Reus, por ejemplo, me dicen que estoy muy lejos.
Mucha gente no se da cuenta del trabajo que hago hasta que después de visitar a otros especialistas vienen a tratarse conmigo.
Los extranjeros me piden cita a meses vista. Van a venir a escalar a Siurana y planifican también una visita conmigo. En el caso de los talleres, cuando organizo uno fuera, las plazas se agotan rápidamente. En España cuesta completar los cupos.
Sin embargo, hay mucha gente que me valora, quiero dejarlo claro. Cada vez más. En Cornudella me han acogido muy bien, creo que he encontrado mi lugar.
¿Qué esperas de esta nueva etapa viviendo en Cornudella?
Me apetece una vida tranquila, cerca de la montaña. Además, a Siurana viajan cada año escaladores de todo el mundo, por lo que puedo seguir desarrollando mi carrera profesional. También estoy trabajando un proyecto de retiros de escalada. La gente podrá venir a escalar y además aprenderá a cuidar de su cuerpo.