Uno se encuentra esta furgoneta en los bosques de Siurana, una de las más míticas zonas de escalada del mundo, y se sorprende; se sorprende porque Lou Reed evoca sucios callejones donde yonkis con gafas oscuras trapichean con sus dealers, inspira tugurios subterráneos habitados por criaturas nocturnas, canta a las tragedias anónimas de seres vestidos de negro que caminan por el filo de la navaja que puede llegar a ser la gran ciudad.
Pocas cosas hay más opuestas al imaginario del de Coney Island que un apacible bosque de encinas, nada más alejado del grito de una guitarra eléctrica que el indiferente trinar de los pájaros. Subida contra descenso, deporte versus drogadicción. Naturaleza o cemento, Lou es noche y la escalada es día.
Pero entonces uno reflexiona y se da cuenta..
Que esperamos el día para subir a la montaña como Lou espera a su hombre, que como la montaña a nosotros llevará su espíritu a las alturas.
Que, como Lou, queremos alejarnos de la gran ciudad, donde un hombre no puede ser libre de sus demonios.
Que, cuando alzamos nuestra mirada a la muralla de caliza por la que serpentea la vía, una voz oculta tras unas gafas de sol nos susurra al oído: Hey baby, date un paseo por el lado salvaje. Él dice: Hey cariño, date un paseo por el lado salvaje.
Que cuando nuestros pies de gato se adhieren a la roca, el mundo está bajo nosotros.
Que rock significa roca y a ella nos aferramos para no caer al abismo, como Lou. Porque dentro de nosotros tenemos un corazón de rock and roll, sí. Dentro de nosotros tenemos un corazón de rock and roll.
Que el paisaje desde la reunión nos golpea como la niña del látigo en la oscuridad, y cura nuestro corazón.
Que ha sido un día perfecto y entonces, más tarde, cuando oscurece, volvemos a casa. Cause you’re so vicious, baby. You’re so vicious.